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Sagrada Escritura, alimento de nuestros Santos Carmelitas

Por Fray Yesid de la Santa Madre de Dios OCD.


Nunca en la historia humana un libro ha causado tanta intriga, curiosidad, admiración, fascinación, odios y amores como la Biblia. Este texto antiguo ha influido profundamente en la cultura, la religión y la historia -sobre todo occidental- y ha sido traducida a innumerables idiomas y dialectos a lo largo de los siglos. La Biblia es ampliamente considerada como el libro (o colección de libros) más leído y reproducido en la historia humana debido a su perennidad, su influencia cultural y religiosa; a su vez, por su amplia difusión a través de numerosas traducciones y su impacto duradero en la historia. Su presencia perdurable en la sociedad humana la convierte en una obra única y significativa en la historia literaria y religiosa.


Asimismo, En el corazón de la tradición teológica y mística carmelitana, la Biblia ocupa un lugar central y esencial. La Sagrada Escritura, como revelación divina, es considerada la fuente inagotable de sabiduría espiritual, una guía para la vida y un camino hacia la comunión con Dios. La espiritualidad carmelita, cuyas raíces se remontan al profeta Elías en el Monte Carmelo, se caracteriza por su búsqueda ardiente de la unión con Dios a través de la oración contemplativa. Para los carmelitas, la Biblia es un radiante y esplendoroso lucero que ilumina el sendero del espíritu. En el contenido de sus páginas se plasma la experiencia espiritual de una cantidad ingente de creyentes, de profetas, salmistas, apóstoles y, sobre todo, las palabras y enseñanzas de Jesucristo. Estas escrituras se convierten en un compañero constante en el viaje espiritual, una fuente inagotable de inspiración y orientación.


En la lectura de la Biblia, los carmelitas buscamos no solo entender el significado literal de las palabras, sino también adentrarse en el significado espiritual y místico de los textos. Consideramos que la Palabra de Dios es viva y eficaz, capaz de tocar profundamente el alma y transformar nuestra vida. Cada palabra, cada historia, cada parábola tiene un significado que va más allá de lo superficial o anecdótico y que puede y pretende iluminar la experiencia personal de relación con Dios.


Uno de los pasajes bíblicos más queridos por nosotros los carmelitas es el encuentro del profeta Elías con Dios en el monte Horeb (1 Reyes 19:11-13). En esta historia, Elías percibe un viento suave como la voz de Dios. Para los carmelitas, esto simboliza la necesidad de silencio interior y escucha atenta en la oración contemplativa. En este sentido, la Biblia, se convierte en un lugar donde escuchamos la voz suave de Dios que habla en lo profundo de nuestros corazones. A su vez, los carmelitas tenemos en la Virgen María un modelo como ninguno en la escucha y de respuesta a la Palabra de Dios. Para nosotros, María Santísima es la primera contemplativa, la contemplativa por antonomasia, la que guardaba todas las cosas en su corazón (Lucas 2:19). Su Fiat (Lucas 1:38), su "hágase" ante el anuncio del ángel, es un ejemplo de la respuesta total a la voluntad de Dios que inspira a los carmelitas en la búsqueda de la unión con Él.


Con todo esto, ¿Cómo no tener a la Biblia como brújula espiritual, como aquél alimento que nutre nuestra mente, el corazón y el espíritu? ¿Cómo no profundizar la relación con Dios, con Aquél que ha inspirado esta sabiduría? Las Sagradas Escrituras no son solo es un texto antiguo, sino una fuente viva e inagotable de revelación divina que sigue hablando a través de los tiempos. En su lectura y contemplación se encuentran la luz que guía nuestros pasos en el camino de unión con Dios, con “quien sabemos nos ama” (Vida 8, 5), de la comunión divina en la quietud y la contemplación. Por que… para el creyente cristiano, la Biblia no es solo un libro, es un Hombre, es una Persona, es la gran revelación de Dios en la persona de Jesucristo, solo Él nos basta, es nuestro Todo. Que en nuestro itinerario espiritual podamos decir como el profeta: “Cuando encontraba palabras tuyas las devoraba; tus palabras eran mi gozo y la alegría de mi corazón” (Jeremías 15, 16) o como nos lo dice el Evangelio en palabras de Simón Pedro: “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna” (Juan 6, 68).

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