Edgar Marino Cañar
El evangelio de Juan, testimonio de fe de finales del s. I. de nuestra era, es uno de los más bellos documentos dirigido a los creyentes de las iglesias joánicas esparcidas en Asia Menor, actual Turquía. Ellos dieron un salto cualitativo en su vida de fe. Pasaron a identificar que Jesús, el hijo de José, el de Nazareth (Jn 1,45) es el Cristo, el Hijo de Dios y en el cual se obtiene la salvación en tiempo real (Jn 20,31). Esta profesión de fe provocó grandes dificultades como la expulsión de las sinagogas (Jn 9,22), persecuciones y apostasías desde dentro de la comunidad (1Jn 2,18-19). En medio de estas realidades externas e internas de incalculable dificultad el autor de este evangelio se propone ayudar, de manera decidida, a seguir a Jesús.
Este evangelio conocido como el evangelio “espiritual”, “místico” y “teológico” entre otros apelativos que se quedan cortos ante tanta riqueza de significado está dividido en dos grandes partes: en un primer momento nos propone una serie de catequesis y teofanías que son provocadas por siete signos o milagros (Jn 2,1-12,50), antes de esto podemos ver una introducción con un solemne himno cristológico (Jn 1,1-18) y la presentación pública de Jesús en la semana inaugural (1,19-51). La segunda parte se le conoce como el libro de la Pasión y la Gloria que a su vez contiene dos secciones muy bien delimitadas: discurso de despedida (Jn 13,1-17,26) y la historia de la pasión y resurrección (Jn 18,1-20.31). Cierra este libro con el capítulo 21 considerado como un añadido canónico el cual nos habla de la misión de la Iglesia como mandato de Cristo resucitado.
Una vez que nos hemos acercado a la situación de los destinatarios de este escrito y de manera breve a la distribución de su contenido, vamos a realizar un pequeño zoom y admiramos con mayor definición la identidad del discípulo que sigue a Jesús. La mayor parte de instrucciones sobre el seguimiento lo vamos a encontrar mientras Jesús permanece los últimos días en Jerusalén (Jn 13,1-17,26), previo al proceso judicial y a su glorificación en la pasión y muerte en cruz.
Empieza ratificando la elección de los discípulos, haciendo que tengan parte con él al lavarles los pies, les da ejemplo de servicio y a su vez les dice: “Pues bien, si yo, que soy el Maestro y el Señor, les he lavado los pies, ustedes deben hacer lo mismo unos con otros” (Jn 13,13). Pues no se trata del servicio interesado, aquel que responde a diversas motivaciones humanas, sino el servicio humilde de Cristo que hace crecer en dignidad para aquel que lo realiza y recibe. A su vez, cada vez que se sirve según el ejemplo de Cristo se vuelve a ratificar la elección de ser discípulo. En este episodio del lavatorio de los pies (Jn 13, 1-20) se consolida la comunidad de discípulos, pues curiosamente en el evangelio de Juan no encontramos el llamado directo de Jesús a los primeros discípulos con el imperativo “ven y sígueme”, excepto a Felipe, sino que el seguimiento surge por la fuerza del testimonio de Juan Bautista y los primeros discípulos.
Otra enseñanza importante es que el discípulo debe ser consciente de recibir el don de amarse unos a otros, no se trata de un mandato o imperativo moral, sino que el amor mutuo será la respuesta al amor de Jesús, esta reacción será la marca de ser discípulo (Jn 13, 34-35). El verbo que está en la expresión “les doy un mandamiento nuevo” está expresado por la palabra dídōmi, que tiene la fuerza de indicar un regalo, un don, una capacidad. El amor con el que debe amar el discípulo es el de agapaō, es decir, entrega, donación desinteresada, en todo tiempo, a todos y en cualquier lugar.
Más adelante en el capítulo 15, 1-16 nos encontramos con la alegoría de la vid, sus ramas y el viñador, en esta perícopa encontramos la mayor parte de instrucciones sobre el verdadero discípulo, aquellas que ya hemos analizado y otra que es digna de ponerle atención, se refiere a “Yo soy la vid, ustedes las ramas. El que permanece unido a mí, como yo estoy unido a él, produce mucho fruto; porque sin mí no puede hacer nada” (Jn 15, 5). La expresión “permanecer unido” o “permanecer separado” dominan el escenario de esta alegoría, por tanto, es crucial conocer su significado. Este “permanecer” es traducido de la palabra ménōn que no indica un estar quieto, una actitud pasiva como perdiendo el tiempo y la vida, sino de un permanecer fecundo, en continuo crecimiento interior, en lo que actualmente se conoce como irse configurando para funcionar de manera óptima. Este permanecer en Jesús y no en uno mismo es lo que va a ayudar a dar buenos frutos de seguimiento. Al final, el discípulo tiene dos movimientos para crecer en identidad: permanecer en Jesús o dejar que Jesús permanezca en él.
Cerrando esta sección nos encontramos con la perícopa de la oración sacerdotal de Jesús, aquí cabe destacar que la enseñanza es manifestar la unidad entre Dios Padre y Jesús y la manifestación de su gloria que es la revelación de la actividad salvadora de Dios. Jesús participa de esta tarea (Jn 17,1-5), les hace participes a los discípulos (Jn 17, 6-19) y también a los futuros creyentes de todos los tiempos (Jn 17, 20-24).
En todo este trayecto de las diferentes instrucciones sobre la belleza del seguimiento no ha faltado la exposición de la contrafigura del discípulo, vemos el drama de la traición de Judas (Jn 13,21-30), las predicciones de las negaciones de Pedro (Jn 13, 36-38), el odio irracional del mundo, el fragor de las persecuciones (Jn 15, 18-25; 16,1-4) y el sentido de orfandad por la partida de Jesús (Jn 16, 16-24).
Ante este panorama un tanto desolador en el que no bastan las fuerzas humanas para comprender y sobreponerse a las dificultades vemos que el discípulo no va a quedar abandonado a su suerte, Jesús sale al paso prometiéndole la asistencia del Espíritu Santo. El Paráclito, es Espíritu de la verdad, será el Consolador para que esté siempre con los discípulos (Jn 14, 15-17), también el mismo Espíritu enseñará y recordará todo lo que dijo e hizo Jesús (Jn 14, 25-26), dará testimonio de Jesús y validará el testimonio de los discípulos (Jn 15, 26-27, ayudará a ver el error y el engaño del mundo como Espíritu de discernimiento (Jn 16, 4b-11) y, por último, será el Espíritu de la verdad quien lleve a los discípulos a descubrir en Jesús su significado salvífico (Jn 16, 12- 15).
Finalmente, podemos decir, que la figura de discípulo que traza el evangelio de Juan es el de ser elegido y ratificado en contexto de servicio humilde, de activar el don del amor universal, de permanecer unidos a la Vid, de ser testimonio de la unidad del Padre y de Hijo y, que su vocación y misión tiene garantía de éxito por la presencia y acción del Espíritu Santo.
Hasta aquí las enseñanzas de Jesús en el evangelio de Juan, nos queda la invitación a refrescar nuestro compromiso creyente en cada uno de nuestros contextos y tiempos. La invitación está hecha y esperamos que nuestra respuesta, con todos nuestros límites sea “Señor mío y Dios mío” (Jn 20,28) hasta llegar, pese a todo, a la respuesta íntegra y definitiva: “Sí, Señor, tu sabes que te quiero” (Jn 21, 15-27).
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