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Fr. Luis Arciniegas, ocd
Este poema se convierte en un documento autobiográfico. El día que es entregado a la madre Inés, Teresa le dice: “Toda mi alma está ahí”. Es uno de los poemas más ricos y sorprendentes. Teniendo en cuenta que en estos momentos está atravesando por el “sombrío túnel” de la prueba de fe.
La pequeña Teresa que tantas veces se la malinterpreta como infantil e incluso inmadura, con este poema se nos demuestra con una talla tal de madurez y comprensión de la existencia y la experiencia teologal.
El poema inicia dando cuenta del devenir humano, que va de vanidad en vanidad, buscando ser feliz, realidad que trasciende el tiempo y los lugares donde el hombre habita. Teresa se descubre plena, las profundas cavernas del sentido están satisfechas porque ese lugar lo ocupa Dios. Es la alegría que Teresa lleva en su corazón, sabe que no está “hueca por dentro”, sabe que Aquel que la creó también habita, como dueño y Señor que es, en ella misma. Esto hace la diferencia entre un hombre que vanamente se afana en distracciones, del místico que, tiene claro el sentido de su vida a pesar del devenir de la vida misma. Teresa como San Pablo no se conforma con una corona que se marchita, sino que quiere el premio eterno, sabiendo que su corazón le pertenece a Dios, y descansa en él para no andar inquieto.
Consciente del sentido de su existencia sabe cómo redireccionar cada deseo que se suscita en su día a día, todo va movido por la certeza del único deseo, Dios mismo. Por eso ve claramente que el sufrimiento, sin ser algo querido por Dios, es permitido por él para que nosotros también podamos amarlo “en la salud y la enfermedad”.
Hoy en nuestra sociedad, el sufrimiento no solamente es evitado a toda costa, también es negado, nos resistimos a pasar por cualquier tipo de sufrimiento, de disgusto. Si alguien no me cae bien, directamente optamos por bloquearlo; la intolerancia a un comentario negativo, o una crítica, nos hace reaccionar impulsivamente a que se vea de manifiesto nuestro malestar. Nos vamos anestesiando a no ver el sufrimiento, y no solo el ajeno, sino también el propio; a las crisis que se nos presentan, las llenamos con “ruidos de internet” para calmar la ansiedad que nos genera lo no querido.
Teresa por el contrario descubre que, “mi alegría es quedarme en medio de la sombra, escondida y pequeña”. No es masoquismo, es humanidad verdadera, “no somos ángeles”, la naturaleza nos enseña que las tormentas también son necesarias. Más aún como creyentes, sabemos que nuestro paso por este mundo, donde gemimos y lloramos, es solo un paso, porque la Vida verdadera nos espera. ¿Lo creemos así? Ese es el desafío; incluso Teresa nos está hablando justamente cuando lo que nos hace sufrir es la fe misma. “mi alegría es quedarme en medio de las sombras”, la noche de la fe se pasa permaneciendo en ella, a la expectativa del amanecer, no buscando huir. Teresa misma cuando escribe este poema, como decíamos más arriba, está en medio de su prueba de fe.
La fe implica permanecer, parados sobre la Roca firme de Jesús, aunque ni siquiera veamos esa Roca. Teresa nos da el método: “mi alegría es ser pequeña, permanecer pequeña” y utiliza una comparación tan clara que anima a hasta al más abatido, si somos pequeños, cuando caemos, nos levantamos en seguida. La humildad es la lámpara para atravesar la oscuridad del sufrimiento, es poner de nuestra parte la fidelidad ante la debilidad de nuestros actos, o de los que Dios permite que sucedan.
“Tiene el sufrimiento sus encantos”, no significa buscar el sufrimiento, sino darle un sentido a lo que nos acontece y más aún el sufrimiento se convierte en fecundidad; quien ha atravesado por duras pruebas, una vez experimentadas, gana madurez incluso para ayudar a otros, las heridas nos ayudan a dar luz a los demás, a comprender las flaquezas humanas, porque nosotros también nos descubrimos hermosamente humanos.
Quien descubre la fuerza que tiene el disfrutar de la vida como viene, poniendo totalmente de nuestra parte y dejando que Dios ponga totalmente de la suya, puede decir como Teresita “¿Qué me importa la vida? ¿Qué me importa la muerte? Amarte, ése es mi gozo!”, Todo cobra un sentido de trascendencia porque dejamos que Dios plenifique nuestra capacidad.
Teresita nos impulsa a una madurez invencible, a ser místicos de verdad, que son sal y luz del mundo y para el mundo.
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